Blog destinado a temas de Prevención de Riesgos en nuestro país.

jueves, 11 de octubre de 2007

En todo análisis serio debemos comenzar con la realidad. Al respecto, hay que distinguir dos tipos de trabajo en chile: el formal, que se encuentra protegido por la ley, que tiene su base en un contrato de trabajo sea individual o colectivo. Trabajo formal sujeto a estadísticas provisionales, de seguridad social y que goza de todos los privilegios del trabajo decente: feriados, día libre semanal, jornada de trabajo, respeto por la capacidad del trabajador, protección sindical, etc.

Junto al trabajo formal, existe otro tipo de trabajo realizado por compatriotas que no tienen acceso alguno a los beneficios anteriormente nombrados. Son los trabajadores informales. Ellos no tienen contrato de trabajo y consecuentemente, tampoco tienen previsión. Es decir, solamente, se conforman con recibir un salario convenido, a veces en condiciones muy desfavorables, propias de la falta absoluta de fiscalización. Entre ellos están lo que se conoce como el “maestro”. Trabajador polifuncional, que realiza las más diversas tareas, desde arreglar un techo, a solucionar los problemas de fontanería; levantar un muro o arreglar un jardín. Estos trabajadores en número son tantos, como los sindicalizados. Los trabajadores formales en Chile superan los 3.500.000, pero la fuerza laboral actuante es de alrededor de 6.000.000 o más. En los trabajadores informales se encuentran además, todas las actividades de cesantía disfrazada, ejemplo: vendedor de chocolates en las calles; jubilados con nuevas labores no contabilizadas en las estadísticas, vendedores en los buses, artistas callejeros, artesanos, etc.

Un aspecto de la realidad nacional que permite suponer que el tema de la seguridad laboral se encuentra subdesarrollado, o mejor dicho, subatendido, tanto en la empresa pública como la privada. No habrá solución posible en tanto existan miles de trabajadores informales ajenos a los beneficios de la contratación formal.

No obstante, es también cierto que el asunto de la seguridad laboral se plantea en un plano de carácter sicológico, mirado desde el punto de vista del trabajador individual. En este sentido, poco podría importar si el trabajador es del área formal o informal, siempre que, la cultura prevencionista estuviera radicada genéticamente, visceralmente, puesta en su yo interior como parte de su ser.

Me pregunto, ¿porqué aún los niños más pequeños al salir desde su casa al exterior, llevan sus pasos por la vereda? ¿Quién al salir de su casa piensa en ello?. Nadie. Pero se hace. ¿Quién pone los dedos en los enchufes eléctricos por curiosidad u osadía? Nadie. Es decir hay cientos de circunstancias que una persona realiza automáticamente, si pudiera decirse de esa forma impropia, por que no es así, dado que el sentido de autoprotección se encuentra profundamente arraigado en la conciencia misma de las personas que impiden su autodestrucción o autolesiones.

Ello nos lleva a formalizar la concepción que la seguridad, autoseguridad, en este caso es una cuestión de carácter cultural, aprehendida en el desarrollo de generaciones e integrada genéticamente al ser. ¿Entonces cuál es el problema? Pues, que aún hay espacios interiores inmensos en que el sentido de autoprotección no ha sido educado. Entre otras cosas por ello significa un aporte extraordinario a situaciones nuevas para el individuo, que en la dinámica del desarrollo social, económico y cultural no han logrado ser integradas como fórmulas esenciales de autoprotección. Ello es así, por cuanto, nuevos riesgos se han incorporado a esta sociedad, nuevas amenazas, nuevos peligros. Día a día suceden acontecimientos que son fuente de peligro para el hombre, los que se crean tan rápidamente que no hay tiempo para incorporarlos o asimilarlos.

¿Cuál es la solución?. En una palabra: “Cultura”.

Pero la cultura que propongo no es la cultura inorgánica, voluntarista, sino, al contrario una cultura controlada, planificada, programada. Ello solo se puede lograr si hay un cambio violento en la política educacional. En efecto, sin entrar en exageraciones, ella debe comenzar cuando la persona se encuentra en gestación, en el seno materno. La madre, fundamental soporte para inducir al autocuidado, el respeto a si mismo y a los demás, la socialización del concepto seguridad, considerándolo como una virtud propia de los seres civilizados, solidarios preocupados por el otro. Esta política no debe ser abandonada cuando el párvulo sale del hogar. Al contrario en los comienzos de su socialización debe la educación abundar en la protección y autoprotección. Al respecto, ¿saben los españoles cuantos accidentes escolares hay en un año en ese gran país?, ¿cuántas incapacidades de estudiantes y cuantas muertes de niños y jóvenes con ocasión o a causa del estudio? Quizás sea mejor que no conozcan esos fatídicas cifras, podrían deprimirse. De tal modo entonces, que en el sistema educativo debe estar incorporado el tema de la seguridad. Y no tan solo ese, también el de la higiene y el problema del medio ambiente. Se trata que crear, ya no una cultura de emergencia, sino una verdadera cultura formativa, que comenzando en el vientre materno se prolongue hasta los más altos grados de la educación, permanente y dinámica, en todas las carreras y en todas las instancias de la educación.

Si este proyecto lo iniciáramos hoy, el control de la seguridad total a nivel país, lo obtendríamos a más tardar en el nueva generación de trabajadores, es decir, apenas 18 años más, sin perjuicio que los adelantos en disminución de siniestralidad y accidentalidad en general, que iría progresivamente disminuyendo con el correr de los años. Lo que significa que en 18 años, a más tardar, miles de millones de pesos se ahorrarían en beneficio de todo el país, a un costo mínimo, ya que toda la infraestructura educacional está disponible permanentemente.

En este proyecto, el vocabulario sería común y ciertamente no existiría la diferencia de opinión entre un ingeniero prevencionista y uno operativo, pues, el sentido de la producción sustentable en beneficio de la seguridad de las personas, constituiría un principio de máximo respeto, precisamente, el que hoy no existe, para sí mismo ni para los demás.